11 de marzo de 2009

11-M: cinco años después de la pesadilla


Hoy he pasado por la misma calle madrileña por la que pasé hace cinco años.

Era la misma hora y las ventanitas de todos esos apartamentos rezumaban rutina y desasosiego por seguir viviendo. Sin embargo, eso es algo que se ha empezado a hacer patente con el tiempo, porque hace exactamente esos cinco años, a la misma hora y en el mismo lugar todo era diferente.


Aquella mañana desperté como cualquier otra para poner en marcha la maquinaria de mis que haceres habituales. Estaba a las puertas de acabar el colegio, y llegué diez minutos antes a mi clase tal y como cada día. La clase transcurrió de lo más normal. Era de filosofía si no recuerdo mal, y nuestro coordinador, entró alarmado en mitad de la locura de Nietszche para saber quién había faltado a clase ese día: era evidente que ya había escuchado por la radio que una bomba, quizá dos, habían explotado en la Renfe.

Nosotros no lo supimos hasta unas horas después. Al ser el último año de colegio, teníamos el privilegio de poder salir a la calle durante el tiempo de recreo. En ese mismo, me acerqué con una amiga a fotocopiar un par de apuntes a una tienda de impresiones cualquiera cuando escuchamos por la radio las primeras informaciones oficiales: “Parece ser que la banda terrorista ETA ha puesto una serie de bombas en cadena a lo largo de toda la línea de cercanías. Se habla ya de sesenta muertos”.

Mi amiga y yo supimos desde ese momento que aquello ya no era un atentado más; y dejamos los papeles fotocopiados de lado por un momento para mirarnos seriamente el uno al otro. El tiempo se detuvo y sin entender muy bien por qué, supimos que aquello era algo insólito.

Regresamos a las clases y la gente trajo consigo más informaciones. Ya no prestábamos atención a la sintaxis ni a la geografía española; Sí pusimos radios de estrangis y chismorreábamos los unos con los otros: “Ya son ochenta muertos”, “Yo he oído que son más de cien”, “¿Más de cien muertos? Imposible…”.

El sol se puso a mediodía y sus súbditos nos fuimos a comer con el hambre informativo y las ansias de saber más.

A pesar de que los que permanecíamos vivos estábamos revolucionados, una parte de todos nosotros, como madrileños y como humanos, había muerto.

La mañana siguiente fue la más terrible de todas las que yo recuerdo. A las siete, los madrileños no queríamos saludar al sol; Sólo llorar y alzar nuestras banderas en los altos de los balcones que hoy, cinco años después, ya rezuman la tranquilidad de saber que seguimos vivos. Los que tuvimos esa suerte, acogimos en nuestras casas a nuestros amigos que vivían lejos durante toda la noche siguiente, pues múltiples avisos de nuevos detonadores habían alarmado a la opinión pública, mientras las familias que dejaron a sus parientes en Madrid, saturaron las líneas telefónicas porque, como todos, anhelaban saber qué era todo aquello.

Esa noche los desconocimos nos juntamos para luchar por una causa más que conocida: La antiterrorista.

Y Aquí estamos escribiendo líneas los que salimos adelante de un infierno que se ocultó en las líneas de un ferrocarril si echamos la vista atrás.

Hoy, un globo y una rosa han sido la representación para cada una de las ciento noventa víctimas de aquel atentado tan brutal; Hoy, todos seguimos siendo ellos.

Un universitario cualquiera.

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